lunes, 4 de febrero de 2008

Cuando el estar solo no es una opción.

Su tono prepotente me molestó desde el comienzo. Me daban ganas de decirle que no era maga y que no tenía la culpa que a ella se le ocurriera venir a hacer una reserva a último momento.

-"No hay más habitaciones disponibles. Si lo desea Ud. puede dejarnos  sus datos y si surge alguna cancelación nos pondremos  en contacto  inmediatamente."

Insistió una vez, dos, tres veces; llegué a creer la mujer que estaba sentada frente a mi tenía algún tipo de problema de comprensión. Sin embargo cuando parecía que finalmente se rendía comenzó a hablar...a hablarme de su vida.

Era administrativa de una empresa dedicada al rubro de la construcción. Tenía una compañera que hacía el mismo trabajo que ella y sus cuatro manos no alcanzaban. Había pedido unos días libres y se los negaron. Ese fin de semana, según me explicaba, era su salvación.

Hacía terapia. El día anterior le habían recomendado que se tomara dos días de descanso, la notaban tensa. Fue ahí  cuando comenzó a llorar.

No tenía amigos  ni familia. Su compañero era un gato y a veces la televisión. La señal de cable la había sacado hacía un par de meses.-"Siempre repiten lo mismo"-dijo.

-"Este fin de semana no quiero estar sola. Por eso insisto, perdoname".De a poco se fue calmando. Su tono prepotente había desaparecido, sus ojos me miraban fijamente.

 Finalmente se propuso buscar otra alternativa y se mostraba entusiasmada al respecto,nerviosamente entusiasmada; ahora su actitud me ponía algo nerviosa.

La acompañé hasta la puerta. Me quedé mirándola mientras cruzaba la calle. No tenía más de 40 años y parecía que cargaba con 20 más encima de los hombros, en el color de su ropa, en las canas de su cabeza. Cargaba con la soledad...

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